de de - 00:00 hsMendoza

El primer diario digital del sur de Mendoza

Cultura El Quijote Verde Viernes, 5 de Abril de 2019

Un tal Peter Michael Serbello

Walter Greulach es un sanrafaelino nacido en Jaime Prats. Hoy, reside en Miami y colabora con MediaMendoza.com a través de esta columna a la que él llama El Quijote Verde. Esta es otra de sus entregas.

Viernes, 5 de Abril de 2019
Mediamendoza El Diario del Sur de Mendoza. Buscanos en Facebook, Twitter e Instagram

07/04/2019


El celeste contiene al turquesa y lo arrincona contra el gris claro. Cielo, mar y arena arrullados por una húmeda brisa que baja desde el noreste y que alivia apenas el ardor de mi cara. Recostado contra la caseta de franjas blancas y negras verticales, como una manzana mientras me repongo de un sábado infernal, por lo caluroso. En algún lugar alguien fuma un porro y el empalagoso olor del cannabis opaca al del yodo y la sal. Ha pasado un cuarto de las siete e intento juntar coraje para acometer la ardua tarea que me espera, guardar noventa reposeras con sus colchones y cuarenta sombrillas. Faena que se me hace más pesada aun, teniendo en cuenta que Andy, mi colega barilochense, ha llamado enfermo. Pienso en Mike, que está por llegar y podrá ayudarme por un puñado de verdes, como lo ha hecho en los pasados cinco años. Aunque hoy existe un problema, hoy por primera vez conozco la verdadera identidad de Peter Michael Serbello.

Al límite del agua un grupo de cinco o seis neoyorquinos practican futbol americano, más acá un matrimonio observa a sus pequeños mientras juegan en el play ground, con forma de volcán, que construimos todas las mañanas. Las sombras de los viejos hoteles de Collins van buscando el océano.

Mike es un vagabundo, un homeless que apareció un día de la nada y se ofreció a ayudarnos por lo que le pudiésemos dar. Un personaje simpático y charlatán, siempre con una colorida anécdota a flor de labios. Pese a esto, nunca logramos sacarle información sobre su vida pasada. Alcohólico terminal, con historial de drogas también, es una persona respetuosa y ubicada y sobre todo responsable con su trabajito en las tardecitas de la playa del National.

Que tenía cuatro hijos, que dos hermanos murieron de cáncer, que había vivido en el norte del país trabajando como policía y luego de albañil, eran las pocas certezas que de él manejábamos. Cuando meses atrás se enfermó de gravedad (siempre comenta que tiene el record de tres tipos de cáncer al mismo tiempo), no pudimos sacarle un solo contacto por si las cosas salían mal. No tiene identificación ni tarjeta de seguro social. Dice que le es imposible recuperar su identidad porque alguien se la robó. Siempre me interesó este tema, porque si se “blanqueara”, podría recibir algún tipo de ayuda del gobierno. Es alto y de pelo rubio recogido en una colita, barba larga que se recorta solo cuando alguien le presta una tijera y tatuajes de tigres y mujeres en los brazos. Tiene cincuenta y largos y debe haber sido atlético y buen mozo de joven, ahora está destruido y se mueve con dificultad, bamboleándose a cada paso. Hay tardes en que le regalamos un par de dólares y lo obligamos a marcharse, debido a que por su debilidad apenas puede estar parado.

Volteo la cabeza presintiéndolo y a cinco cuadras, como un pálido espejismo, diviso su inconfundible andar, aún tardará unos minutos. El Delano, el Sagamore y el Ritz ya han cerrado y yo aun con el trasero pegado al banco. Tres gaviotas, dos palomas y un cuervo me miran parados en formación, como a unos dos metros se desgastan en la ilusión de que les tire algo.


—Si me das tu nombre completo Mike, tengo un conocido en el Social Security que podría ayudarnos —le dije días atrás esperanzado. —Aunque sea que te dieran una tarjeta de comida y el medicare.

—No se puede hacer nada Wally, he perdido todos mis papeles, no hay manera de recuperarlos —contestó y al instante cambió el tema para hablarme de los Miami Heat.

— ¿No tenés nada que acredite tu identidad? Quizá con tus huellas digitales alcance. ¿Cuál es tu apellido Mike? —insistí, no pensaba darme por vencido.

—Soy Mike el homeless de South Beach, con eso les alcanza —agregó parcamente y no nos habló más por aquel atardecer.

Comprendí entonces que por alguna poderosa razón cortó con su pasado y no tenía intención alguna de revivir el vínculo. Hubiese sido mejor respetar su voluntad, dejar todo como estaba, así habría evitado la ansiedad que me carcome ahora. Pero la curiosidad, más que el altruismo, me movió ayer a hurgar en su desteñida mochila. Entre hojas de diario y ropa sucia hallé la amarillenta foto de una muchacha dedicada con amor a un tal Peter Michael Serbello.

Anoche, ni bien llegué a casa, me senté frente al monitor, en unos minutos jugarían los Heat y Dallas su segundo partido de la final. Mi amigo Sergio preparaba un asadito en la churrasquera, bajo las paltas. Daniela y Verónica se encargaban de las ensaladas en la cocina. Tenía unos quince minutos para mi investigación. Me sobraron catorce y medio, el vaso de burgundy Rossi casi se me cae de la mano, el pan con salame y gouda se atascó en mi garganta. Ahora, lamentablemente, sabia quien carajos era Peter Michael Serbello.

Mi linyera favorito estaba en la lista de los cien más buscados por el F.B.I. Su foto engalanaba la página del organismo gubernamental y su cabeza tenía una recompensa (por cualquier información que llevara a su captura) de quince mil dólares. En 1985 Mike, junto a tres cómplices, había asaltado un blindado del Bank of America en Virginia, fugándose con millón y medio de dólares. Todo les iba saliendo perfecto, pero sucedió un desafortunado episodio. Uno de los guardias al cual tenían maniatado tras el camión, intentando escaparse, cayó del vehículo desnucándose con el cordón de la vereda. La causa fue caratulada como robo con homicidio involuntario. Sus compañeros fueron apresados dos semanas después y el dinero recuperado. Se chuparon veinte temporadas a la sombra. De Peter Michael Serbello nadie nunca supo nada, hasta la tarde pasada en que fisgoneé en su mochila.

Había estado oculto veintiséis años y ahora yo, como ciudadano responsable debía denunciarlo. Además, para que negarlo, el diablo es sucio y el tema de la recompensa incentivaba mi obligación cívica.


— ¿What’s up Monkey? —Me saludó Mike tocándome el hombro y arrancándome de mis cavilaciones. — Te conseguí el libro que querías leer —dijo entregándome la segunda parte del Frankenstein de Dean Koontz. Ambos éramos devotos seguidores del novelista de Pennsylvania. Mientras cerrábamos la playa solíamos entusiasmados debatir sus obras.

—Gra… gracias Mike —contesté atragantado con las palabras y sintiéndome la
basura más grande del planeta tierra. — ¿Cuánto te debo?

—Tu cumpleaños fue días atrás, ¿no? Bueno… este es tu regalo entonces. Es lo mínimo que puedo hacer por alguien que me ha tendido la mano por tanto tiempo —agregó orgulloso de su obsequio, el cual le debía haber costado lo ganado en dos o tres jornadas de trabajo. El sacrificio sin dudas era enorme.


Me paré decidido a enfrentarlo, todo se había oscurecido como de repente. Una brisa escarchó mis entrañas mientras sacaba el celular de mi bolsillo. Mis ojos angustiados recorrían el nueve, el uno y otra vez el uno. Mi homeless predilecto se encaminaba hacia la cabaña de las sombrillas cantando una vieja melodía de Sinatra, “Fly me to the moon”.

Caía la tarde y el libro bajo mi axila derecha parecía pesar tonelada y media. Observé a la distancia la deshilachada silueta de mi linyera favorito, acarreaba unas mesitas de plástico. Respirando agitado guarde el teléfono en mi bolsillo y me puse a cerrar la caseta.

Valga está aclaración para el desprevenido lector: Este tipo de relatos están basados en anécdotas que se han ido acumulando en mi recuerdoteca con el paso de los años. Pese a que en ellas uso mi nombre y la primera persona, están deformadas y exageradas a mi conveniencia literaria. Aclaro esto para evitar la reiterada frase: ¡No puedo creer que te haya pasado todo eso!  Ja, ja, si me hubiese sucedido todo lo que cuento en primera persona, incorporando datos de mi realidad cotidiana y falseando muchos más, estaría muerto o internado en un psiquiátrico.

Abrazo de oso gente linda del sur mendocino.  Walter Gerardo Greulach, el Quijote Verde.