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San Rafael Editorial Viernes, 25 de Agosto de 2017

La fauna local, amenazada por la proliferación de estúpidos

La caza ilegal es un fenómeno en auge, que hace peligrar la supervivencia de las especies protegidas.

Viernes, 25 de Agosto de 2017
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25-08-2017. Días atrás, un neuquino fue aplastado por un elefante en Namibia durante una expedición de caza de la que formaba parte. Pocos lamentaron la partida de aquel hombre; incluso hubo festejos en las redes sociales. Las negativas opiniones que despertó este suceso simbolizaron, una vez más, el cambio cultural en marcha: La cacería de animales ya no es sinónimo de masculinidad, deporte o diversión; sino un crimen.

Sin embargo, a pesar de esta creciente transformación social a nivel mundial, en San Rafael la proliferación de cazadores furtivos es una aberración en auge. Por semana, un ascendente número de cazadores es interceptado por la Policía Rural a las afueras de la ciudad: Sus objetivos son mayormente piches y otras especies autóctonas en peligro de extinción, que, además, están protegidas por la Ley.

Lo más curioso del fenómeno, no obstante, es el manifiesto amateurismo de los cazadores. Estos individuos, a diferencia de lo que podría suponerse, no son delincuentes profesionales. No se trata de personas que se plantarían frente a un comercio y le romperían la vidriera, sino que, por el contrario, son la clase de ciudadanos ordinarios que no cruzarían un semáforo en rojo. Sin embargo, como pasatiempo de fin de semana, toman un rifle, se suben a una camioneta, se desplazan a una zona de ricos ecosistemas, uno de los muchos repartidos por el departamento, y atentan contra la fauna local con la impunidad propia de un niño.

Los vehículos, usualmente modernos o incluso de alta gama, en los que se trasladan estos criminales, y las armas que portan, mayormente costosas, son elementos que ayudan a describirlos: Personas de clase media que claramente no robarían una cartera en el centro, pero que no dudan en violar la Ley cuando se trata de cazar especies protegidas.

Pese a que el problema es visiblemente grave, pedir mayor control estatal como solución puede ser una exigencia miope. San Rafael tiene una extensión territorial incluso mayor a la de Bélgica, gran parte de la cual está despoblada. Se necesitaría un ejército de efectivos policiales para vigilarlo en su totalidad y requisar a cada vehículo que circula por las rutas que cruzan el departamento. Éste no sólo es un remedio inviable, sino que sería espantoso para quienes respetan la Ley vivir bajo un estado policial tal. En cambio, frenar la destrucción de la fauna local implica, por sobre todo, el castigo social: Nadie debe condonar ni justificar la caza, y los responsables deben ser avergonzados, no aplaudidos, por sus pares, empezando por sus familiares y amigos.

La caza ilegal no es una picardía, ni un pasatiempo, y mucho menos un deporte. Es un delito; un crimen bochornoso producto de la ignorancia y la estupidez.