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Cultura El Quijote Verde Viernes, 7 de Junio de 2019

El vuelo del incorpóreo

Walter Greulach es un sanrafaelino nacido en Jaime Prats. Hoy, reside en Miami y colabora con MediaMendoza.com a través de esta columna a la que él llama El Quijote Verde. Esta es otra de sus entregas.

Viernes, 7 de Junio de 2019
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Testimonio dirigido a quienes les interese conocer el secreto mismo de nuestra existencia. A alguien, del otro lado, aunque sea uno, que pueda llegar a creerme.

Por Rogelio Humberto Olivera

El asunto nunca había logrado acaparar mi atención, hasta aquella tormentosa tardecita del verano cordobés en la que el gringo lo trajo a colación. Esperábamos los resultados del examen final de Periodismo IV en uno de los pasillos de la “pecera”. Así se denominaba al curioso edificio de la escuelita de ciencias de la información en la UNC (Universidad Nacional de Córdoba)

La pregunta me tomó desprevenido y lo que siguió, más que un diálogo, fue toda una disertación de Julián. Interrumpida ocasionalmente por mis superfluas acotaciones motivadas por mi escaso interés. Fue en ese preciso instante que la bola comenzó a rodar.

— ¿Qué pensás sobre el tema de la trascendencia de las almas Rogelio? —gatilló mi compañero de curso.

No aporta nada detallarles lo que charlamos durante hora y media. Era toda su fe contra mi lógica. Por entonces yo esperaba mi calificación, si no hubiera corrido a otro lugar para guarecerme de tanto disparate. Al principio lo suyo me sonó como un compendio de incoherencias. Rematada por una última y desquiciada revelación.

—Hace como un año y pico atrás realicé mi primer vuelo astral Rogelio. Logrando despegar el alma de mi cuerpo. Ahora ya me traslado por todo el planeta sin problemas —me dijo sin que le diera ni tos por la mentira. — No me mires así, no estoy loco. Es más, te dejo este librito para que te instruyas. Intentalo, no perdés nada. A cambio te ofrezco la posibilidad de tener una experiencia alucinante.

— ¡No joda! Siempre me pareció un poquito raro, medio tocado, pero está tocado y medio el pobrecito —recuerdo haberme dicho mientras lo observaba marcharse.

En los días que siguieron me encargué, más de una vez, de dejarle bien claro y con bastante rudeza, que lo de sus supuestos viajes incorpóreos no me interesaba para nada. Le traje el folleto explicativo con la idea de  devolvérselo, pero no lo aceptó, observándome con una mescla de resignación y pena, como si de una causa perdida se tratase. Luego corté toda comunicación con él. No deseaba que en la facultad me relacionaran con un loco.

Al comenzar el nuevo periodo, el último de nuestra licenciatura, el gringo no apareció por las aulas. Fue como al tercer día que nos enteramos de la triste noticia. Lo habían encontrado sobre  la cama, en su piecita de pensión, sumergido en un coma profundo.

¿Qué me llevó a leer el librito esa misma noche? Aun no lo tengo bien claro. Intuyo que fue la curiosidad, espoleada por la fantasiosa asunción de que su estado vegetal se vinculaba con los dichosos vuelos astrales. Quizás pensé encontrar en aquel folleto alguna respuesta a su tragedia.

No solo lo leí tres veces en la velada aquella, sino que, a la medianoche siguiente, ya estaba practicando el método allí descripto.

Hoy me he levantado con la apremiante necesidad de plasmar en estas páginas la travesía que comencé tres años y medio atrás. Derrotero matizado de vivencias que me dejaron al filo de la demencia, si es que todo esto ya no es más que el divague de un lunático. ¿Lo viví realmente? ¿Sucedió así?, o es solo la alucinación de una mente enajenada. Siempre termino diciéndome que sí, que todo es verdad, y que por alguna causa me ha sido ofrendada, solo a mí, la maldición de conocer la verdad.

Hay un mundo allá arriba, una especie de universo paralelo habitado por trillones de almas en constante transición. Hay algo siniestro atrás de todo esto. Algo que yo no tendría porqué haber descubierto.

Voy a economizar explicaciones innecesarias, saltearme en la descripción etapas de este increíble proceso, del estado de trance al que llegué tras meses y meses de prácticas desgastantes. Se preguntaran qué me motivo a seguir intentando algo que al inicio lucia como un sinsentido total. Desde la primera noche, y después cada tanto, vi la imagen del gringo suspendida sobre el ropero, en la esquina opuesta a mi cama. Como tutelando mi esfuerzo, como infundiéndome ánimo.

El noventa y nueve punto nueve de los que lean mi testimonio se reirán escépticos. Del mismo modo que reaccioné al escuchar ese atardecer al gringo Julián. Eso que su historia era un cuentito de hadas en relación con lo que yo iba a vivir. Es el nivel de incredibilidad de estos sucesos lo que anula toda posibilidad de dar a conocer al mundo, directamente, mi descubrimiento. Vanamente he fatigado los archivos buscando un ser humano que compartiera mi experiencia, que hubiese también traspuesto el umbral, o por lo menos creyera en ello. He participado de círculos esotéricos, charlado con los más celebres médiums, con cuanto gurú se me cruzo por el frente y nada. Nada de nada. Nadie abona mi versión ni por aproximación. Parece que estoy solo en esta cruzada y aun me resisto a creerlo.

Tengo la certeza de que ingresé a aquella dimensión por error, que el estadio de mi alma no me permitía esa visita, y menos retornar a la corporalidad terrestre manteniendo los recuerdos. Algo falló, ni idea que fue. Una válvula en mal estado o algo así. Esto me permitió ser testigo del cielo y también del infierno. Único terráqueo capaz de develar la incógnita primigenia de la humanidad. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?  He aquí los hechos.

En las primeras traslaciones astrales logré elevarme a la altura del techo de mi dormitorio para observar a Rogelio inmóvil, tirado sobre la cama. Entonces creí que se trataba solo de una ilusión, de un juego de mi mente. Apoyé un libro, abierto al azar, sobre el armario y una vez en trance, pude leerlo sin problemas. Luego aprendí a desplazarme más rápido. Cuando quise acordar, ya había salido de mi casa y me desplazaba libremente por la ciudad de Córdoba. Escuchaba y veía todo, solo los olores no accedían a mi conciencia. ¡Qué experiencia maravillosa! Me sentía el rey del mundo. Libre, pleno, feliz. Durante el primer año visité el planeta entero. Una especie de turista astral en vuelo barato y rápido. ¡Cuántos lugares bellos y exóticos tienen nuestra tierra!

Un problema, no menor, me incomodó desde el primer desprendimiento. Al despertarme, luego de reingresar a mi cuerpo, me sentía destruido, exhausto. Parece que mi organismo, sobre todo mi cerebro, sufre muchísimo durante el proceso y cada viaje es peor al anterior. Ahora estoy seguro que este motivo fue el causante del coma en el gringo Julián. El terror a terminar como él, me hizo espaciar los traslados. Descubrí que un vuelo vertical no me insumía tanta energía y aunque el paisaje era mucho más monótono, el sentimiento de plenitud parecía incrementarse con el ascenso. No existía nube que pudiese detenerme en mi ascenso, o eso pensé por entonces. Hasta que choqué con una especie de techo…  Continuará

La semana próxima les traigo el desenlace de esta historia de almas voladoras y otras yerbas. Cabe acotarles que esto no es algo que me sucedió a mí o a otra persona. Es todo invento literario, fantasía pura. No es una teoría ni nada que se le parezca.  Ficción cien por ciento. Aclarado esto, espero les haya entretenido mi relato. Abrazo de oso, cuídense mucho se los quiere un montón.

W.G.Greulach, el Quijote Verde, escribiendo desde el sur del norte