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Cultura El Quijote Verde Sabado, 9 de Marzo de 2019

El fabulador y la inocente

Walter Greulach es un sanrafaelino nacido en Jaime Prats. Hoy, reside en Miami y colabora con MediaMendoza.com a través de esta columna a la que él llama El Quijote Verde. Esta es otra de sus entregas.

Sabado, 9 de Marzo de 2019
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12/03/2019


La noche recién estrenada destilaba aromas de jazmines. El adormecedor croar de los sapos agrupados en la hijuela, parecía ralentizar el paso del tiempo. Arriba, la cúpula infinita, tapizada con trillones de estrellas, enmarcaba un exuberante teatro colmado de paz y armonía.

Tirados panza arriba, en la orilla de las cuatro hectáreas de tierna alfalfa, el adolescente y la niñita observaban la Vía Láctea deslumbrados. La menta que atiborraba la cercana hijuela hacia el aire un poquito más dulce, mientras un sinnúmero de luciérnagas ayudaban al alumbrado del campo verde.

— ¿De qué estrella era que venían la gente de la historia que me contaste el otro día? —preguntó Ceci, a la vez que levantaba su piernita regordeta, como intentando tocar con la punta de los dedos la cruz del sur.

—De la estrella Alfa Centauro —mintió Walter, señalándole un punto blanco a la derecha de las tres Marías.

— ¿Tardan mucho en llegar hasta aquí? —volvió a inquirir la niñita.

—Cuatro años, siete días y dieciocho horas, volando a la velocidad de la luz —le contestó el muchacho. A él le fascinaba dibujar en la mente virgen de su hermana, historias extraordinarias de ovnis y alienígenas.

La pequeña se quedó pensando un momento, con sus ojitos enfocados en el lejano astro. En su cabeza no podía concebir semejante distancia. Para ella, el gran viaje era desde su pueblo hasta San Rafael y este insumía una larguísima hora en el Peugeot 404 de su papito.

— ¿Y…son buenos los tipos grises esos? —dijo la criatura, solo para no cortar el hilo de la conversación.

—Sí, son macanudos, vienen seguido a ayudarnos y a enseñarnos un montón de cosas.

— ¿Me pueden dar una mano con los deberes de la escuela?

Walter largó la carcajada y le plantó un beso en la frente. Lo enternecía su dulce inocencia. Ella creía a rajatabla todo lo que el hermano mayor le contaba. Los padres, más de una vez, habían reprendido al inventor, conminándolo a terminar con las historias asombrosas que tanto agradaban a la niña.

La luna acababa de escalar la precordillera, dándole un baño plateado a las laderas. Una bandada de murciélagos opacó el cielo por unos instantes. Ceci volvió a la carga.

— ¿Podré conocerlos algún día?

— ¡Seguro! —exclamó Walter al mismo tiempo que se ponía de pie.— Si los ves, mandale saludos míos. Son muy amigos míos. Bueno, ahora vámos, me muero de hambre. El arroz saltado de mamá ya debe estar listo y a papá no le gusta que lo hagamos esperar, además tengo que ir al baño ya —agregó el fabulador y salió al trote rumbo al rancho, sin esperar a su hermanita.

A lo lejos, un sol de noche iluminaba la difusa silueta de la madre tras la ventana de la cocina, el olorcito a estofado les llegaba aguando sus bocas.  El padre, sentado en una reposera de paja tejida, sobre la tierra recién mojada del patio, escuchaba por radio Río Atuel una hermosa canción de Charles Aznabur.

Ceci se sacudió los brotes de alfalfa del cuerpo y comenzó a caminar sin apuro siguiendo a su hermano. De repente se sintió intrigada por el absoluto silencio que reinaba. Ni una rana, ni el ladrido de un perro, ni siquiera el chirrido de un murciélago. Se acercó al canal de riego para investigar que sucedía con los batracios. En ese momento, algo tras la tupida alameda acaparó su atención.

Quince minutos después, Walter desde la puerta de casa la llamaba a los gritos.

— ¡Apurate Ceci, la comida se está enfriando! ¿Qué estás haciendo?

Como a cien metros, la nena venia corriendo excitadísima.
— ¡Los vi! —Exclamó riendo loca de alegría. — Bajaron en un plato volador en la finca abandonada de al lado.

— ¿Quiénes? —preguntó el adolescente confundido con la emoción de su hermana.

—Los et, son hermosos, altos, grises, con ojos chinos y con el pelo largo y blanco —dijo dando brincos, con las pupilas encendidas por la emoción.

—Aja, mira que bueno, no me digas —afirmó Walter sin intención de continuar aquella charla.

—Lo que me faltaba —musitó el joven, — que ahora me venga una nenita de seis años con historias de alienígenas a mí.

—Me dijeron que vuelven mañana y nos llevan a dar una vueltita en el plato volador. Vos querés ir, ¿no? A mí me gustaría mucho ir, dale —indagó entusiasmada Cecilia.

—Seguro, seguro, mientras no sea muy largo el viaje, ja, ja —dijo Walter socarronamente y agregó: — Ahora andá a lavarte bien las manos, hay una vela encendida en el baño, apagala cuando salgas.

—Mañana a la misma hora, no te olvidés. Nos van a estar esperando al otro lado del canal —insistió la niña aplaudiendo mientras a los saltitos corría rumbo al lavabo.

—No le vayas a hablar a los papis sobre esta historia de extraterrestres —le alcanzó a decir el muchacho antes de que desapareciera de su vista. No estaba para nada dispuesto a recibir un reto gratuito por parte de sus progenitores. Esta vez la fantasía parecía haber prendido fuerte en su pequeña oyente.


La luna posada sobre los álamos, observaba curiosa el cono incandescente. El objeto, que emitía luces multicolores, pareció suspenderse unos segundos sobre la chacra desierta, situada tres kilómetros al sur del pueblito de Jaime Prats, en la provincia de Mendoza. Luego se elevó verticalmente, deteniéndose otra vez, para entonces sí, desaparecer con un foganazo, en un pestañar de ojos.

Hoy les regalé un relato de corte autobiográfico. El ovni por supuesto que nunca existió, pero lo del fabulador de historias, que impresionaban a la pequeña hermanita, en las noches estrelladas, eso sí es bien cierto. Gracias por soportarme todas las semanas gente bella. En solo siete días les acercaré otro desvarío literario, ja,ja.

Aquí les dejo el enlace a mi página de escritor por si alguien está interesado en chismear un poquito mis escritos. https://www.facebook.com/Wally.G.Greulach/

Walter Gerardo Greulach, el Quijote Verde, los saluda desde el barrio de la Buena Vista en Miami. ¡Buena semana!