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San Rafael Viernes, 7 de Junio de 2019

Entrevista exclusiva: El kelper que defiende la soberanía argentina sobre Malvinas, en San Rafael

Alejandro Betts habla sobre su sorprendente historia, defiende la posición argentina y asegura: "Mintieron por cuatro generaciones".

Viernes, 7 de Junio de 2019
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Alejandro Betts es un caso especial. Nació en Malvinas, en una familia de fuertes raíces isleñas. La suya fue la cuarta generación nacida en las islas. Incluso sus dos hijos nacieron allí.

Pero el corazón curioso de Alejandro lo llevó a buscar, desde su más precoz juventud, respuestas. “Los turistas nos decían: ‘las islas son argentinas’”, recuerda. Era una frase ampliamente rechazada entre los kelpers, que -según el propio Betts confirma- no tenían ningún acceso a información que contradijera la versión oficial británica. 

Pero aquel adolescente siempre pensó que debía haber una razón detrás de la frase que escuchaban los isleños. Sus estudios sobre el tema lo llevaron a una posición que incluso lo distanció de su familia y lo obligó al exilio: “La soberanía incontestable es argentina”, dice.

Sus fuertes convicciones lo llevaron, en 1987, a vivir una situación surrealista: se enfrentó a su propio hermano en un debate en las Naciones Unidas por la soberanía argentina sobre las islas. Su hermano, del lado británico. Él, del lado argentino.

Betts trabajó para la Fuerza Aérea Argentina antes y durante la guerra y ha vivido en Córdoba desde el fin del conflicto. En 2014 le fue entregado su Documento Nacional de Identidad argentino con el domicilio que tuvo en las Malvinas hasta 1982. 

Desde el fin de la guerra, Alejandro se ha convertido en un verdadero erudito del tema Malvinas: habla de la cultura de la islas, de Argentina, de la guerra, de geoestrategia internacional y de política con una fluidez que sólo décadas de estudio pueden permitir.

Betts estuvo de visita en San Rafael, invitado por el colegio Alfredo Bufano en el marco de las "Segundas Jornadas de Malvinización del Sur mendocino", de las que fue uno de los principales disertantes.

Antes, durante la mañana de este viernes, Alejandro brindó una entrevista exclusiva para Mediamendoza y relató su sorprendente historia: una montaña rusa por una vida impensable.

¿Cómo y por qué surge su iniciativa de elevar, siendo kelper, la importancia de la soberanía argentina sobre Malvinas?

Después de 37 años de conflicto y más de 200 -casi- de discusión diplomática, el argentino medio de la calle no tiene mucha información sobre el tema. Y la cuestión Malvinas es nacional. No tiene dueño político. La discusión es del pueblo. Y cuando el pueblo argentino entienda lo que significa Malvinas en el panorama mundial y estratégico, va a haber un vuelco en la política de los sucesivos gobiernos, no ya un gobierno nacional que asume la postura de amigo íntimo con los británicos, cuando los ingleses están en una situación totalmente ilegitima. Los británicos invadieron Malvinas dos veces: el 3 de enero de 1833 y, desde la reconquista, el 1 de mayo 1982. Nadie da cuenta de esos detalles. Hay mucho que no se dice, y lo poco que se dice es de un cariz británico, si se quiere, que no defiende los intereses legítimos de la nación.

¿Cómo es vivir en Malvinas?

Es un estilo de vida totalmente distinto a la vida en el continente, muy arraigado en la cultura británica colonial. Y esto se da porque ahora hay una selección cuidadosa del perfil psicológico e ideológico de los “candidatos” -entre comillas- para recolonizar Malvinas. Los kelpers son absolutamente fieles a la idea de la británica colonizadora.

¿Dónde vive usted actualmente?

En la provincia de Córdoba. Dejé Malvinas el 22 de junio del 82. Casi a los 35 años.

Vivió 35 años en Malvinas…

Soy cuarta generación nacida en Malvinas. Desde mis bisabuelos, todos somos nativos de Malvinas.

¿Hay parte de su generación que se siente argentina o el suyo es un caso especial?

El tema mío es muy particular. Desde muy chico empecé a preguntar a mis padres y tíos. Había distorsiones que yo notaba, incluso en el léxico. A las cosas de caballos las nombrábamos todas con palabras españolas, por ejemplo. “¿De dónde viene todo esto?”, decía yo. Un tío intentó contestarme: “Alejandro, no hagas preguntas difíciles”, dijo. “Me parece que en algún momento de la historia los españoles estaban en las islas”. Nunca me dieron una respuesta que me convenciera.

¿Y cómo encontró respuestas?

Esto me impulsó. Yo, ya de adolescente, quería saber. Los turistas que iban desde Argentina decían: “Las Malvinas son argentinas”. Y yo decía: “¿Cómo; qué significa eso?”. Después de escucharlos repetidamente, pensé: “Esto no lo dicen porque sí, debe haber un motivo”. Yo quería saber por qué. Mis profesores de la escuela, por ejemplo, decían: “No estamos autorizados a hablar de eso”.

Ante la negativa, más quiso investigar…

Sí. Un día, en el 75, yo trabajaba en el supermercado del pueblo. En mis andanzas por las estancias había aprendido un poco de castellano. Atendí a una señora argentina, y ella me dijo: “¿Usted sabe que está en un lugar equivocado?”. Y yo dije: “¿Qué?”, sin entender, pensando que la había atendido mal. “Me refiero a su presencia física”, me respondió. “No entiendo”, le dije. “Estas tierras no son de ustedes, son argentinas”, respondió. Entonces le pedí (y ella se sorprendió): “¿Me puede dar información que compruebe eso? Hace años que busco si eso que dicen tiene fundamento, y acá hay un control estricto: no hay documentos que puedan entrar para echar luz”. Ella dijo: “Muy fácil, cuando llegue a Buenos Aires te mando información”. La miré y pensé: “¿Será cierto?”. Me dijo que había una condición: “Cuando lo reciba, tiene que estudiarlo y llegar a una conclusión acorde a su consciencia”.

Pensé que no me iba a llegar nada. Me pidió el código postal y a los 15 días me llegó una encomienda con una copia del dictamen de los archivos nacionales de historia sobre el derecho argentino sobre el territorio. En castellano. Yo hablaba español, pero no leía fluido. Entre ponchazos pude sacar una conclusión que me dejó estupefacto. No podía creer que durante cuatro generaciones me habían mentido. El derecho incontestable era el argentino.

¿Y cómo fue vivir con esa dicotomía durante el conflicto bélico?

El conflicto me sorprendió. Aunque había “ruido de sables”, como les decíamos. Se suponía que pudiera existir una acción militar. Pero el 2 de abril nos tomó por sorpresa. Yo estaba trabajado en la Fuerza Aérea Argentina,que hacía vuelos dos veces por semana entre Puerto Argentino y Comodoro Rivadavia. Llegué a casa el 1 de abril y mi hijo me dijo: “Vamos a tener visitas". Le dije: “¿Quién viene, el tío?”. El gobernador en la radio estaba anunciando que iba a haber un desembarco de tropas argentinas.

¿Ha conocido a alguien con sus mismas ideas?

Ya en el 82 había isleños que pensaban, puertas adentro, que tal vez la frase “las Malvinas son argentinas” tenía algún fundamento. Pero nunca lo admitían en público.

¿Nunca volvió a las islas?

No

¿Y nunca quiso volver?

Nunca sentí nostalgia por Malvinas después de salir. Pasa con muchos isleños: se les prende la lamparita de que hay un mundo afuera y se van, y nunca vuelven. Sí estoy agradecido por la formación que me dieron en Malvinas, ética y moral. Éramos muy simples: la vida en familia es muy distinta allá. Había reglas de juego a cumplir sí o sí. O había que aceptar las consecuencias. Cuando salí, di vuelta la página.

¿Qué pasó con su familia?

Mis padres ya fallecieron. Mi viejo en el 96 y mi vieja en 2017. Somos familia numerosa. Éramos nueve hermanos: tres quedaron en Malvinas y el resto se han desplazado por el mundo.

Yo, como dije, era empelado de la Fuerza Aérea Argentina en Malvinas. Y en mi familia querían que renunciara y me apartara de toda acción argentina. Malvinas abrió una brecha enorme en la familia.

Sus posturas rompieron los vínculos…

Sí. Pero al cabo de los años retomé la comunicación con mi familia. Mi hermano menor fue el primero en volver a tomar el contacto conmigo. En el 87 nos enfrentamos en Naciones Unidas al tratar el tema de Malvinas. Él sentado del lado británico y yo de este lado, el argentino. Un día, en el 93, me golpeó la puerta de mi casa. La relación, en los 90"s, fue muy esporádica. Para fines de los 90"s se cortó de nuevo. Pero reapareció cinco o seis años después, y desde ahí todos mis hermanos empezaron a comunicarse conmigo.

¿En algún momento pensaron que había traicionado a su patria?

Para ellos y para los nuevos colonizadores fue una cruz que me hicieron. Yo nunca oculté durante el conflicto que me consideraba parte de la gesta argentina. Hubo mucha presión, pero yo dije: “No veo sentido a esto. Mi conciencia y mi corazón están con Argentina”.