Diario de un viaje

20/10/2019

Azul

El pasado fin de semana me preguntaron si quería salir a andar en bicicleta un rato, casi sin dudarlo tome una campera, el casco y comencé a pedalear. La primer parte del trayecto era conocida porque varias veces había andado por el mismo camino, ya que es el único existente para ir en bici desde mi casa hasta el centro de la ciudad; pero luego de unos minutos cambiamos de rumbo y ya todo era novedad.

Luego de 21 kilómetros llegamos a destino, un viejo y sumamente pequeño pueblo llamado Blaubeuren, ubicado al Oeste de Ulm, en el sur de Alemania. Al aproximarse al pueblo lo primero que se puede observar es el monasterio fundado en 1085 que cuenta con una gran cruz en su techo para que sea divisado desde el cielo como una construcción meramente religiosa y evitar ser bombardeado en tiempos de conflicto armados, al igual que la iglesia que lo acompaña con una cúpula de color verde brillante que por momentos refleja el sol y parece tener mezclas de amarillo.

El pueblo vive casi exclusivamente del turismo, y su atracción es la misma desde toda la vida, su “Blautopf” (olla azul).  Es una laguna con un perímetro chico (en menos de 3 minutos se le da la vuelta completa) y con una profundidad de 21 metros, que funciona de desembocadura de un rio subterráneo que inicia dentro de la montaña y muere en el Danubio.

Ese rio subterráneo tiene varias cuevas sin agua, por lo que ha sido motivo de expediciones en varias oportunidades, iniciando con algunos metros de buceo subacuático y luego inflando un bote y continuando a remo; se cree que tiene una longitud navegable de 1300 metros. Actualmente está prohibido bañarse y/o bucear en ella a excepción de un selecto grupo de organismos autorizados que de ser solicitado pueden hacerlo. Esto se debe a que en varias oportunidades se realizaron expediciones con personas largamente capacitadas y aun así hubo accidentes fatales. En el 2003 se registró la última muerte de un buzo que tuvo problemas en la cueva y solo pudo ser rescatado ya sin vida.

Pero a pesar de no poder disfrutar de sus aguas para tomar un baño en verano la gente concurre para apreciar su pureza, su cristalinidad y sobre todo su color azul intenso. Dependiendo donde hagamos foco con nuestros ojos es si veremos una laguna sorprendentemente azul o si veremos la vegetación que existe en las profundidades. El lugar es paradisiaco, 100% recomendable para visitar.

Tal como sucede con varios de los atractivos naturales alrededor del mundo, esta laguna también cuenta con sus historias, y una de ellas era que todas las mañanas vertían en el interior de la cueva un barril de pintura azul para así teñir el agua y atraer visitantes. Pero hoy se sabe que eso es falso y que el motivo de su color es un efecto físico de la dispersión de la luz (llamado “dispercion de Rayleigh”) en nanoparticulas de cal que posee el agua, un efecto similar al que se observa en la Laguna Azul de Islandia, con la diferencia que allí es por nanopartículas de silicato.

Ya habiendo recorrido toda la laguna y sacado las fotos que hoy les estoy mostrando fuimos a tomar unas copas heladas, estaban riquísimas, pero debimos apurarnos porque a las 18 en punto todos los locales del pueblito cierran sus puertas y queda desolado, por lo que emprendimos el regreso a casa.

Al regresar pasamos por una montaña que en su punto más alto cuenta con un ex-centro de detención judío, que funcionó durante el Holocausto y hoy abre sus puertas en forma de museo para contar la historia y que jamás se vuelva a repetir.

Más adelante volveré para conocerlo y poder contarles sobre ello.

En total recorrí 52 kilómetros en bici, sin dudas he andado más en bicicleta en estos tres meses que en toda mi vida en Argentina ¡Volveré listo para el Pentatuel jaja!

¡Hasta la próxima!