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San Rafael Viernes, 3 de Julio de 2020

Buscando para Encontrar: Despedida y nuevos comienzos

Julia "Lula" Villegas se encuentra en Angola (África) realizando un voluntariado. En este segmento, cada semana te invita a conocer un poco más de su experiencia en aquel destino tan lejano.

Viernes, 3 de Julio de 2020
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5/7/2020

Mí familia más cercana me llevo hasta el aeropuerto de Mendoza pero una de las
despedidas más duras la había vivenciado la noche anterior, dónde besé y abracé a mí
sobrino tratando de guardar el recuerdo de su mirada para siempre.

Ya en la puerta de embarque, rogaba internamente que confirmaran su apertura para
escapar de ese momento previo, dónde estaba llena de miedos y de incertidumbres pero
que no quería demostrarlo frente a mí hermana para no dejarla preocupada con mí decisión
de partir.

Atravesé el control y comenzaron a caer todas las lágrimas que había estado reteniendo, no
me animaba a darme vuelta para ver todo lo que estaba dejando porque sabía que esos
pasos eran los primeros en búsqueda de todo lo que había soñado.

Mí viaje fue de Mendoza a Buenos Aires y después seguía para Sao Pablo. Tenía casi un
día de diferencia horaria con el siguiente vuelo por lo que decidí reservar previamente un
hotel con la intención de descansar y aplacar un poco mis emociones. Antes de acostarme,
tomé un baño y por primera vez en mi vida fui consiente de cada gota de agua que rozaba
mí piel y lo disfruté teniendo en cuenta que capaz era el último en mucho tiempo con las
comodidades ya habituadas y sobretodo con agua caliente.

Llovía muchísimo en Sao Pablo (eso ayudo a limpiar también mí corazón) por lo que decidí
ir temprano al aeropuerto, ubique la empresa con la que viajaba y ahí tuve la primer
presentación de mí destino: era la única blanca entre tantos pasajeros y antes de poder
hacer fila debía mostrar mí certificado de fiebre amarilla.

El viaje transcurrió de forma tranquila (muchas horas y siempre de noche) pero admito que
por una infinidad de segundos me imaginé pidiendo detener el avión para salir a respirar
aire puro, replantearme mí decisión y continuar... Claro está, que por ser un avión eso no se
podía hacer pero realmente me sentía abrumada y nerviosa; de a ratos dormía, otros
pensaba, otros reía y otros lloraba.

El primer contacto con suelo Angolano fue casi asfixiante por su calor y su humedad que no
me dejaba casi respirar; hice aduana (¿Porque las personas que trabajan ahí siempre te
miran con cara de malos?) y esperaba encontrar entre la gente una mujer blanca con un
cartel con mí nombre, pero nada de eso veía y mí angustia se transformaba en
desesperación. Para mí tranquilidad después de dar unas vueltas encontré a la mujer del
chat de WhatsApp (con su foto poco actualizada) que me estaba esperando, tomo mí valija
y comenzó a caminar, obviamente yo la seguía sin ni siquiera detenerme a reconocer mí
entorno.

Nos subimos al auto y comenzó a hablar, en portugués claramente, y a describirme edificios
o estatuas del camino. Poco entendía lo que hablaba, no podía prestarle atención cuando
mis ojos quedaban en cada cruce de miradas con niños o mujeres en las calles vendiendo o
pidiendo dinero; ya lo había visto en fotos o en películas, pero sentir tanta melancolía en sus
ojos no era algo que haya experimentado antes.

Seguíamos en el auto y yo no sabía todavía a dónde íbamos. Había imaginado que los
primeros días iba a estar en la casa del centro que tiene la congregación y que luego iba a ir
a "Lixeira" (Significa basural en portugués y es donde trabajan varios misioneros y
voluntarios), pero el paisaje iba perdiendo el color de ciudad y se comenzaba a ver cada vez
más una realidad sumamente cruda.

Casi de un segundo a otro, ya estaba dentro del barrio (lo más similar a una villa miseria de
nuestro país), deje mí equipaje y tome un vaso de agua en la casa y fui al puesto de salud
donde trabajan las hermanas con las que viviría.

Durante todo ese día, estuve sentada en un rincón solo observando, su gente, su ropa, su
calzado, si sonreían, cómo se expresaban, la forma en que cargaban a los niños y sus
pertenencias... El ejercicio de la observación no era algo muy desarrollado en mis ansiosos
días cotidianos en Argentina pero aquí, es algo que todavía no me canso de realizar y debo
admitir que es mutuo, soy la rara entre ellos.

Los días comenzaron a pasar y comencé a conocer mí nueva realidad que venía en formato
de rutina; despertarme a las 6 hs, almorzar a las 12 hs, aproximadamente a las 18 hs ya es
de noche y cenar a las 20 hs y en conjunto tratar de entender el portugués (hablarlo sigue
costando), comer arroz blanco y feijao (frijoles negros) durante todos los almuerzos y cenas,
ir a misa a diario (no es obligatorio pero era mí única salida al día) y mirarme todas las
series de FoxLife que existían: no podía salir sola a la calle porque básicamente no conocía
nada ni a nadie y es bastante inseguro y tampoco comprendía nada del portugués que
hablan acá por lo que el primer mes no hice mucho más que lo descripto.

Mí ansiedad y desesperación crecían, con los brasileros que viven acá podía hablar ya que
les comprendía pero solo bastara un simple saludo de algún Angolano para quedar muda
sin tener noción de que era lo que hablaban y a eso se le sumaba que no estaba haciendo
nada; en un entorno tan carente de infinidad de cosas me sentía impotente sin poder hacer
algo...

Llegaba mediados de Febrero y con eso mí cumpleaños. No tenía intenciones de decir
nada, realmente quería que el día me sorprendiera y no tenía expectativas al respecto pero
justo, unos días antes me preguntaron cual era mí fecha de nacimiento y se organizó una
cena de festejo ya que también era el cumpleaños de uno de los padres de la comunidad.

Durante el día, fuimos a la playa y deposite en el mar mucho amor para que las olas se lo
acercara a mis afectos (compartimos el océano con Argentina), conocí a algunos
extranjeros que radican en Angola por trabajo y luego disfrute de la cena que habían
preparado... Fue muy emocionante para mí y, obviamente también llore.

El regalo de cumpleaños de Angola y la "real bienvenida" según dicen, lo recibí al día
siguiente. Amanecí sientiendome mal, mezcla entre dolor de cabeza, muscular y de
estómago. Fui temprano al centro de salud a sacarme sangre y después me recosté
esperando que la hermana volviera con los resultados: Paludismo (Malaria) y un arsenal de
medicamentos que debía comenzar a tomar en ese instante. Nuevamente experimentaba
una mezcla extraña de emociones, miedo a lo desconocido, a lo peligroso, a la enfermedad
y gracia ya que no había durado ni siquiera un mes sana en este nuevo territorio.

A los días ya me sentía mucho mejor y llego la gran noticia y aún más esperada...

Comenzaba a ir todos los lunes a la casa de acogimiento "Mamá Margarita" (es como un
hogar infantil donde viven al rededor de 45 niños que antes estaban en la calle, reciben
educación y sobretodo acompañamiento) a darle clases de "algo" a los niños.
Estuve un día entero con ellos compartiendo sus actividades y su almuerzo. Al principio
hubo mucha distancia, ambos éramos desconocidos pero lentamente y gracias a la esencia
simple y honesta que tienen los niños fuimos acortando las distancias y conociéndonos.
Mí primer día en "Casa Margarita" lo termine rodeada de ellos pero sobretodo de amor.

Siempre me defino como una persona muy curiosa y creo que es muy importante no perder
esa capacidad mientras crecemos pero me di cuenta cuan limitada la tengo con un millón de
vergüenzas y temores que la rodean.

Los niños, con su naturaleza intacta me preguntaron si estaba embarazada (asumo mis
kilos de más), si quería tener hijos o si estaba casada y sobretodo el porque no estaba
casada ya que era grande; preguntaron que comía en mí país y si conocía centenar de
frutas que mencionaban; si conocía a Messi y lo había visto jugar; a qué me dedicaba y que
hacía con otros niños cuando daba clases en mí país; si yo tenía familia y porque estaba en
Angola; si ellos podían volver a Argentina conmigo y cuánto salía el pasaje; si había negros
en mí ciudad y si era fácil encontrar trabajo; porque yo hablaba de forma rara y no los
entendía...

Miles de preguntas y respuestas en una especie de ronda con ellos mismos haciendo de
traductores e intérpretes hasta que llegó una pregunta mágica que descontroló la
tranquilidad del diálogo.

¿Porque yo estaba desteñida y era blanca? Me quedé paralizada y ante eso le siguió el
preguntarme si podían tocarme la piel.

Acepte sin dudarlo y en segundos tuve a todos encima. Unos me tocaban la piel y
preguntaban que eran las manchas oscuras que tengo (lunares), otros me tocaban el pelo
con una mano y con la otra el de ellos para compararlos, otro me tocaba las uñas y
corroboraba si eran iguales, le seguía el que me pedía abrir la boca para ver mis dientes o
si la lengua tenía el mismo color, cómo eran mis pies o mis ojos o mis orejas...

Frente a ellos, en ese instante, desnude mí alma y me deshice de la gran mochila que hace
años cargo repleta de vergüenzas y de complejos; cada centímetro de mí cuerpo estaba
estableciendo una nueva comunicación y se transformaba en diálogo de aprendizaje para
ambos.