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San Rafael Entrevista Viernes, 28 de Abril de 2023

Memorias del hundimiento del ARA Belgrano: ‘Tachi rescatado, perfecto estado de salud‘

Esas fueron las seis palabras del telegrama que seguramente les hizo volver el alma al cuerpo a los padres de Héctor Flores, uno de los tres sanrafaelinos sobrevivientes del ARA Belgrano durante la guerra de Malvinas. En el marco de un nuevo aniversario de aquel día, dialogamos con ‘Tachi‘ sobre esos recuerdos que quedaron grabados a fuego en todo su ser. 

Viernes, 28 de Abril de 2023
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30/4/2023

El 2 de mayo no es una fecha más en el calendario de vida de Héctor ‘Tachi’ Flores, uno de los sanrafaelinos que fue tripulante del Crucero ARA General Belgrano que fue hundido por dos torpedos ingleses aquel el 2 de mayo de 1982 (un mes después del inicio de la guerra) y que causó la muerte de 323 argentinos de los 1.093 que iban a bordo del buque.

Aquel ataque se produjo durante el conflicto bélico, pero lo más cuestionable -y que aún genera impotencia y fuertes repudios- es que el mismo se produjo en zona de exclusión, fuera del campo de batalla.

En el marco de un nuevo aniversario de aquel imborrable día en la memoria de ‘Tachi’, dialogamos con él sobre su paso por las Fuerzas Armadas, su participación en el conflicto bélico, el naufragio y el regreso al continente y a su querido San Rafael.

¿Cuándo ingresaste a la fuerza?

Ingresé a la Armada Argentina el 1 de febrero de 1977, tenía 15 para 16 años yo quería entrar el año anterior pero no me daba la edad, porque tenés que tener 15 cumplidos y no más de 21.

En el ‘77 estaba cursando segundo año del secundario, en el ‘78 mis padres me autorizaron, rendí e ingrese y mis viejos me llevaron al ferrocarril en Mendoza y desde allí ya me fui a Buenos Aires para ingresar en la ESMA.

¿Por qué te decidiste por la carrera militar?

En mi caso yo no era un muchacho modernizado, estaba en Acción Católica Argentina, estudiaba mucho, no iba a recitales ni nada de eso, era un chico muy sano y me llamó la atención la carrera militar. Pero fue un cambio abrupto porque con 15 años me desteté de mis viejos y el hecho de tomar ese tren e ingresar a la ESMA fue un cambio muy rígido.

Una vez adentro, hubo un periodo de adaptación, nos hicieron muchos estudios médicos, nos dieron la ropa, nos explicaron todo y ahí comenzó todo. Ese primer periodo fue durísimo, como sobraba gente hacían un régimen absolutamente duro para que quedaran los que realmente podían hacerlo, fueron 30 días y cada vez que lo recuerdo realmente me da una sensación de escalofrío porque realmente era para temer.

Ingresamos 8 mil y se fueron 3 mil, quedamos 5 mil. Luego se hicieron los exámenes técnicos y en función de tu capacidad se apuntaba a una de las tres especialidades, yo elegí Meteorología y a partir de marzo empecé a estudiar hasta diciembre y en ese trayecto salieron 2 mil más, asique quedamos 3 mil. Se hacía una gran selección.

Estudiábamos de lunes a viernes mañana y tarde, y el sábado hasta el mediodía teníamos promedio 16, 17 años pero el nivel era de una carrera terciaria.

Después en mi primer destino fui a dar a Puerto Belgrano donde aprendí muchas cosas del área naval, los fines de semana me iba a la base Comandante Espora continuaba estudiando de meteorología porque debía afianzar más la practica porque después tocaba rendir para los asensos y si no superas los exámenes no asciendes.

A fines de enero y principios de febrero de 1982 me designaron a mi primera navegación en el Belgrano; fue mi bautismo. Pasamos por Puerto Madryn, Ushuaia y Punta del Este; y estando allí se produjo la explosión de una caldera que dejó como consecuencia algunos compañeros heridos.

Al regreso de aquella navegación, había comenzado a circular el rumor de una posible guerra para recuperar las Malvinas; pero nada oficial ni concreto todavía. Éramos un país inexperto en guerras, gracias a Dios; y pensábamos que no iban a venir de tan lejos. Éramos jóvenes y todos pensábamos eso, era la charla de pasillos. Pero cuando fueron pasando los días, fue haciéndose más fuerte el rumor.

¿Cómo te enteraste que ibas a Malvinas?

Después de ese viaje que había sido de placer como se le dice, porque no habíamos entrado en práctica de ataque, y ya con la gesta encima, estando en servicios marítimos me dicen ‘Flores despídase de su familia porque tiene que irse en el Crucero Belgrano nuevamente’.

Me vine un fin de semana a San Rafael y mi esposa con quien en ese momento estábamos de novios, se había ido a visitar a una amiga a Mendoza cuando llegué. Le avisé a mi mejor amigo y a mi hermano que me iba a la guerra, a mis viejos no les quise avisar para no ponerlos mal, pero finalmente mi familia se enteró.

Fui a Mendoza a despedirme de mi novia, volví a San Rafael y la despedida en la terminal fue muy dura.

Cuando llegué a Puerto Belgrano no zarpamos porque el Belgrano estaba en reparación, fueron dos días más y en nuestro caso no te digo que estábamos felices, pero teníamos cierta euforia porque íbamos a defender algo que es nuestro.

¿En algún momento pisaste el suelo de Malvinas?

No ni siquiera verlas a simple vista, en zona de guerra se apagan todas las luces en el buque quedan unas muy tenues pero uno ya debe conocer bien el buque para moverse sigilosamente en la oscuridad. 

Después de la primera entrada a zona de guerra no pasó nada y salimos y ya teniendo la proa, la punta del buque, apuntando a la parte de la botita de Tierra del Fuego en dirección al Oeste nos enteramos que nos venía siguiendo el submarino Conqueror y nos envía tres torpedos, dos dieron en el blanco y ahí se quebró todo tipo de negociación con Inglaterra, no podíamos continuar por la vía pacífica y el otro torpedo le da al buque rescatista nuestro que navegaba a la par que era el Bouchard.

¿En qué lugar estabas y cómo sentiste ese ataque?

Yo debería haber estado durmiendo, pero estaba en Meteorología hablando con otra persona y si hubiera estado durmiendo, muy probablemente hoy no la estaría contando, porque uno de los torpedos pegó en el sector donde estaban las habitaciones por lo que voló todo.

Recuerdo que estábamos hablando y sentimos un cimbronazo y una explosión tremenda que me tiró del sillón en el que estaba, eran las 4 de la tarde, ya estaba de noche. Se cortaron todas las luces salimos a ver qué pasaba, bajé dos cubiertas y me topé con el comandante del buque y ahí nos enteramos que aparentemente habían sido dos torpedos.

Ahí tomé conocimiento de lo que estaba ocurriendo, me vuelvo agarro dos bolsas de equipo, una para el teniente Navío García que era mi jefe y me había dicho “Usted Flores en caso de hundimiento, me busca bajo cielo y tierra y me entrega esta bolsa de equipo”. 

Cada grupo de 20 integrantes ya sabíamos en que balsa nos iba a tocar porque habíamos hecho las practicas, en las bolsas habíamos metido ropa de abrigo, latitas de gaseosa, para tomar algo para ayudar a la supervivencia, en caso que fuera necesario porque la camaradería que se logra producto del esfuerzo y el sacrificio, las prácticas y la disciplina no las vi en ninguna otra entidad, ni aún en las Fuerzas Armadas actuales.

Cuando encuentro al teniente García le entrego la bolsa, él ahí tenía cartas de navegación que son aparatos que se necesitan para tomar posición en el mar, se trabaja con las estrellas para ver en que latitud y longitud estás, en esas balsas con olas de más de 5 metros, era ir a la deriva no se podía remar.

Llegué a la balsa penúltimo y tuve la gran suerte de quedar a menos altura para tirarme a la balsa, a unos 7 metros. Ahí deberíamos esperar la orden de abandono del buque que la imparte el comandante. Se había cortado el generador y por lo tanto el altavoz no funcionaba asique iba a ser todo a viva voz, nos autorizaron a saltar y hasta último momento la disciplina fue con excelencia, fuimos marinos leales a los principios y con valor para defender a la patria.

Saltamos a la balsa y fue una película totalmente distinta.

¿Cuánto estuvieron a la deriva?

Estando en la balsa íbamos viendo como tristemente se iba hundiendo el Belgrano y en la balsa en la que yo iba, iba el segundo jefe mío que tuvo la idea de sacar fotos que son las únicas que hay y que van a seguir en la historia.

Fue muy triste como se iba a pique toda una historia, que había subsistido a Pearl Harbor. Había sido adquirido durante el gobierno de Perón a Estados Unidos, junto con el crucero 9 de Julio, se había llamado Fénix como el ave porque había sido el que subsistió a los bombardeos japoneses en Pearl Harbor.

Era muy viejo pero tenía un poder muy importante, recuerdo las prácticas y los cañonazos eran impresionante.

El naufragio fue muy duro, dos personas estaban muy afectadas en mi balsa un cabo principal que estaba muy quemado y los asistíamos como podíamos, después nos agarró un gran oleaje y vomitamos tanto que terminamos todos muy mal y ya no podíamos asistir a ese cabo principal, pero recuerdo que el conscripto Jorge Loyola de La Pampa lo siguió asistiendo y pudo estar con él hasta que falleció y no dijo nada hasta que nos rescataron a las 32 horas.

El 3 (de mayo) a las 10.30 empezó a aclarar el día, avistamos un avión y nos volvió el alma al cuerpo todo el tiempo nos mantuvimos rezando el rosario, solo nos quedaba aferrarnos a la fe, teníamos un líder excelente que era el teniente Sgutti que también nos hacía rezar y quienes éramos creyente nos aferramos más rápido, pero todos terminaron por aferrarse.

Luego de que nos avistó el avión hizo una vuelta de reconocimiento y después nos enteramos que al comandante de ese avión le habían dicho que no tenían mucho combustible, y que debían volver, pero decidió que se sobrevolara 5 minutos más y que después volverían y en esos 5 minutos más nos vieron y todos los que fuimos rescatados les debemos la vida a él, porque esa jugada de 5 minutos más que a ellos les implicaba quedarse sin combustible y caer al mar, pero permitió que nos identificaran y le pasaron las coordenadas al Piedrabuena y al Bouchard y estos buques regresaron y comienza el salvataje.

Pero pasaron varias horas, se hicieron las 5 de la tarde, se hizo de noche de nuevo y otra vez el bajón y la tristeza, pero cuando se hicieron las 10 avistamos un buque que nos ilumina, pero siguió de largo, porque ya había rescatado como a 400 y no había más lugar. Pero estando ahí no entendíamos nada, nos hicieron seña de luces y siguieron, y a las 12 viene el Piedrabuena que es el que nos rescata a nosotros.

Nos tiraban sogas con un cuero que nos la poníamos debajo de la axila y de ahí te tiran para arriba, cuando llegamos arriba nos daban un vacito de guiso que era lo más rico después de soportar tantos fríos. Ese vacito de guiso no tenía comparación con el manjar más rico.

Nos dieron ropa seca, ellos sacaban su ropa que tenían guardada y nos la dieron, nos tomaron los datos y nos preguntaban a quien queríamos que mandaran la información y se envió el primer telegrama y en el caso mío uno con los que practicaba triatlón conmigo cuando estudiábamos, cuando lee la nómina de rescatados manda el telegrama a mi casa que todavía lo conservo, “Tachi rescatado, perfecto estado de salud” y como había mucha mentira en la información, todo el mundo desconfiaba hasta nuestros padres y cuando llegamos a Puerto Belgrano logro hablar con mi mamá y yo tenía un latiguillo, siempre que me preguntaban cómo andas yo decía ‘de 10’ y cuando mi mamá escuchó el estoy de 10 mamá, dijo es mi hijo y le debe haber regresado el alma al cuerpo.

Hasta las 2 de la mañana estuvieron rescatando gente, llegamos a Usuahia nos dieron ropa nueva, comida y nos embarcaron en avión hasta la base Comandante Espora y de ahí nos trasladaron en un colectivo con los vidrios tapados con diario y luego nos enteramos que era para que no nos vieran en el estado deplorable que estábamos, para no dar la imagen de mendicidad.

Nos dieron un documento provisorio, nos hicieron una revisación muy por encima y nos dieron una licencia de 10 días, llegué a San Rafael pensando que iba a poder dar una vuelta de página en mi vida. Veníamos tres sanrafaelinos que habíamos estado en el Crucero y nos llevaron a la LV4, me hizo un reportaje Eduardo Berdugo y desde ahí empezó a ser una seguidilla de reportajes y nunca paré hasta la actualidad como ahora y las charlas en las escuelas y esa fue la manera de encontrar la mejor forma de homenajear a los que no volvieron y a no bajar la guardia ni aun en los momentos más críticos de mi vida.

¿Cómo continuó tu carrera militar?

El 28 de diciembre del 84, no renuevo contrato, no paso a retiro paso a la reserva naval, que significa que en caso de haber otro conflicto tenía que estar disponible y pasé a ser un civil más. Terminé el secundario en la escuela Jorge de la Reta en el nocturno, siempre de forma camuflada, porque te daba vergüenza decir que habías sido combatiente de Malvinas, porque habíamos perdido y no se hablaba del tema, tuve compañeros que no supieron que era veterano.

Por muchos años no se habló y después nos dimos cuenta que entre veteranos nos necesitábamos y si bien el hablar nos iba a volver a llevar al ‘82, yo quería saber si a mis pares les pasaba lo mismo que a mí. Y así fue que don Ramón Zuñiga nos empezó a conectar entre los veteranos, porque todos tratábamos de refugiarnos en la familia pero nos hacía falta compartir con otros que hubieran pasado lo mismo.

La verdad que en ese momento nadie supo cómo contenernos, ni siquiera las Fuerzas Armadas, cuando llegamos estaban mis superiores y compañeros viendo un partido del Mundial de España 82. No esperaba un recibimiento como héroe, pero sí una palmadita en la espalda. Pero me saludaron así, como si nada. Me fui solo a mi oficina y me quebré.

Hubo destrato porque no volvimos con el trofeo. Fue muy duro.

¿Y después como siguió tu vida?

Hace tres años me dieron el retiro, cobro como un cabo segundo, a parte de la pensión como veterano y sigo como preceptor, ya cumplí los 60 asique ya me falta poco para jubilarme también de preceptor. Estuve 27 años en el comercial nocturno profesor Jorge de la Reta y ahora me voy a la escuela Di Benedetto de Rama Caída.

La Guerra de Malvinas y mi paso por las Fuerzas Armadas me dejaron cosas positivas, valores, como la educación, el respeto, la nobleza, la disciplina y el trabajo en equipo, que después he seguido aplicando a lo largo de mi vida y he tratado de inculcarles a mis hijas y a los alumnos. Disfruto todavía de dar charlas sobre Malvinas, y muchas veces vuelvo llorando a casa. Pero sé que si un día me llego a morir de un ataque al corazón por la emoción de estar en un acto o en una charla, me voy a morir en combate. Y será por los 362 que no volvieron; y también por mis compañeros del Belgrano que están hundidos a 4.000 metros, y cuyos familiares no pueden llevarles flores al cementerio de Darwin.