Según los historiadores, la forma en que un joven campesino de la pobre provincia de Hunan logró coronarse como máximo líder de China sigue siendo uno de los mayores accidentes de la historia.
Hacia el sur de la Ciudad Prohibida, en el centro de la capital de China, hay dos vistosas puertas dispuestas en el eje que lleva al acceso principal.
En la más famosa de ellas, la Puerta de Tiananmen, cuelga desde hace décadas un retrato gigante de Mao Zedong, de expresión serena, pero indescifrable.
La posición del busto de Mao no puede ser más simbólica: es, si se quiere, la línea que divide la historia, la cultura y la política china del último siglo.
De un lado, está la opulenta corte, el último gran vestigio del pasado señorial, el del vasto imperio y sus miserias.
La foto de Mao le da la espalda. Mira hacia el frente, hacia el futuro comunista: allí está la plaza de Tiananmen, el moderno y simbólico centro del Estado que él creó, lugar de celebraciones u horrores, según se mire.
Allí, frente al centro neural del imperio milenario, Mao proclamó la República Popular de China el 1 de octubre de 1949, hace ahora 70 años.
Y fue allí también, en el lugar donde vivió el último emperador, donde Mao se convirtió en el "Gran Timonel": no solo cambió el destino de la nación, sino que la gobernó por más tiempo y con un poder que no ha vuelto a tener otro líder chino desde el fin de la dinastía Qing.
"Mao es uno de los personajes más controvertidos de la historia: fue el hombre que puso a su país en el mapa, que lideró una revolución y unos cambios que trascendieron China", le dice a BBC Mundo el historiador Alexander Pantsov, autor de la biografía Mao: The Real Story.
"Pero también uno de los dictadores más descarnados que ha dado la historia, responsable de la muerte de más de 40 millones de personas", agrega el también profesor de la Capital University, de EE.UU.
En su conocido documental The Story of China, el investigador británico Michael Wood cuenta que la sucesión de hechos que dio paso al ascenso de Mao y el Partido Comunista chino (PCCh) "fue uno de los mayores accidentes de la historia".
Según Wood, todo comenzó más de dos décadas antes del fin de la "Revolución China", cuando comenzaron en 1927 los enfrentamientos por el poder entre los comunistas, liderados por Mao, y los nacionalistas del Kuomintang (KMT), los seguidores de Chiang Kai-shek que se harían con las riendas de la República y al final de la contienda terminarían exiliándose en Taiwán.
"Al comienzo de la revolución, cuando se estableció el PCCh en 1921, Mao era un joven intelectual idealista que buscaba formas de fortalecer a su país", cuenta a BBC Mundo Elisabeth Perry, experta en historia y política china de la Universidad de Harvard.
"Mao estaba horrorizado por las desigualdades que veía entre ricos y pobres, entre la ciudad y el campo, entre hombres y mujeres, y realmente quería mejorar la situación social, política y económica de China", señala.
Tras milenios de dinastías, China había entrado al siglo XX con un profundo atraso económico y había sido frecuente víctima de invasiones y sometimientos.
"Para entender el ´fenómeno de Mao´ tenemos que recordar que, antes de la revolución, China había sido una colonia de Occidente, explotada en gran medida, y los chinos eran considerados personas de segunda categoría", señala Pantsov.
"Y aunque el imperio fue derrocado en 1911, las nuevas fuerzas de nacionalistas del KMT no lograron terminar la revolución. Sería Mao quien lo haría varios años después", agrega.
Pero para convertirse en el líder indiscutible del movimiento revolucionario chino, Mao no solo necesitó diseñar una estrategia para librarse de los nacionalistas, sino que tuvo también que buscar cómo vencer en el mundo oculto de batallas intestinas del PCCh.
"Mao tenía todo tipo de ventajas intelectuales y políticas que muchos otros altos líderes del Partido Comunista o del Partido Nacionalista no tenían", comenta Perry.
"Contaba con una serie de habilidades que otros dirigentes más importantes no podían igualar. Y, al mismo tiempo, no era solo una personalidad muy inteligente, sino también muy despiadada, que le permitía hacer todo lo posible cada vez que estaba comprometido con una causa en particular", agrega.
Nacido en 1893 en el corazón de Hunan, una provincia del centro de China que había dado rebeldes por siglos, Mao creció en lo que él mismo llamó una "rica familia campesina" en la que tuvo acceso a una educación privilegiada, mezcla de conocimiento occidental moderno y chino clásico.
Con solo 18 años, se unió al Ejército en su localidad durante la Revolución de Xinhai de 1911, que acabó con la última dinastía china (Qing) y llevó a la proclamación de la nueva República, contra la que luego combatiría.
A diferencia de otros líderes comunistas de su país en aquel entonces, no había estudiado en universidades de Francia o la Unión Soviética y su realidad hasta mudarse a la capital y trabajar como ayudante de bibliotecario en la Universidad de Pekín había estado limitada a una experiencia fundamentalmente campesina.
"Esto le dio un cierto conocimiento nativista que lo ayudó a unir dos mundos, el rural y el urbano. Era muy hábil en usar la cultura popular que atraía a la gente común al mismo tiempo que escribía poesía que era bastante bien considerada por los intelectuales", indica Perry, de Harvard.
Pero según Pantsov había desarrollado también todo tipo de habilidades políticas que usó con gran efecto tanto para neutralizar a sus oponentes en el seno del PCCh como hacerse cercano al aldeano común.
"Era un excelente organizador, tenía un gran carisma y su propia procedencia lo llevó a prestar atención a los problemas de los campesinos, quienes resultarían la fuerza que mayor apoyo le dio", señala el biógrafo.
De acuerdo con los expertos consultados, uno de los momentos que decidió su suerte en ese sentido fue un descabellado periplo que propuso en 1934 y que llevó al Ejército Rojo chino, las fuerzas armadas del PCCh, a recorrer más 12.500 kilómetros en 370 días.
Se conocería como la Larga Marcha, una estrategia para huir del Ejército de la República, en manos del KMT, hasta que el "Ejército Popular de Liberación" liderado por Mao se fortaleciera.
"Si la miramos en términos históricos esa idea parece una locura: dejar atrás el sur de China, con campos relativamente fértiles y ricos para desplazarse a la inhóspita provincia de Shaanxi en el noroeste", comenta Perry.
Aunque gran parte de los que iniciaron la Larga Marcha no la lograron terminar, la táctica maoísta de evitar la confrontación con el KMT sentó las bases para la huida de los nacionalistas a finales de septiembre de 1949.
"Al final, el plan de Mao dio resultado y, como consecuencia, se ganó un prestigio tremendo. A partir de entonces, tanto a nivel popular como de partido, quedó claro que sería el líder indiscutible del movimiento", indica la académica de Harvard.
Pero más allá de las fronteras de China, Mao también comenzó a llamar la atención de los grandes poderes del mundo de la época: la cercanía de los nacionalistas con EE.UU. y de los comunistas con la Unión Soviética se volvió parte del pulso político entre Washington y Moscú.
"No es posible entender el liderazgo inicial de Mao sin la ayuda que recibió desde Moscú. Pese a que no era bien visto por la Internacional Comunista por su interpretación del marxismo, fue Stalin quien ayudaría a que el movimiento comunista mundial se rindiera ante Mao", señala Pantsov.
De acuerdo con el biógrafo, pese a las tensiones con las visiones de Mao, Stalin pudo comprender que detrás del campesino rebelde se ocultaba un potencial líder que ayudaría a extender el modelo soviético en las fronteras orientales de la URSS.
Y aunque la muerte de Stalin marcó también el fin de la amistad "inquebrantable" entre las dos naciones comunistas, los últimos años del líder soviético también se volvieron decisivos en la formación de la República Popular China.
"La correspondencia entre Mao y Stalin muestra que Mao siempre se consideró un discípulo de líder soviético y consultó con él muchos asuntos. Por ejemplo, en vísperas de la revolución le preguntó sobre la ubicación de la futura capital china, si la debía mantener en Pekín o en Shanghái", señala Pantsov.
"Stalin respondió que creía que Pekín se debería mantener y así lo hizo Mao, proclamó la República desde Pekín y ahí estableció el nuevo Estado chino. Creo que esto es importante tenerlo en cuenta, que sin el apoyo de Stalin hubiera sido difícil pensar también el triunfo de Mao".
Tras la victoria de los comunistas a inicios de octubre de 1949, China comenzó a experimentar uno de los cambios más frenéticos de su historia y la personalidad de Mao comenzó a transformarse también.
"Mao era un gran creyente en la dialéctica, era muy flexible cambiando sus puntos de vista cuando sentía que era apropiado hacerlo. Comenzó a concentrar un poder enorme en torno a su figura y a proyectarse de una forma cada vez más autoritaria y dictatorial", indica Perry.
Desde que Mao tomó el poder en 1949 hasta su muerte 27 años después, China experimentó un enorme cambio interno y externo, y también algunas de las conmociones sociales más grandes de su historia reciente.
La nación, que había sido rezagada por siglos del discurso político global, pronto se convirtió en una fuerza a tener en cuenta: probó su primera arma nuclear en 1964 y su influencia política y militar creció, más allá de Asia.
"Si antes de la revolución, China había sido marginada históricamente, eso cambió hasta tal punto que fue el presidente (de EE.UU.) Richard Nixon quien visitó a Mao en 1972 y no al revés, y fue Estados Unidos quien buscó la normalización de las relaciones con China", agrega.
Durante sus casi tres décadas al frente del PCCh, el país experimentó también una notable mejora en salud pública y la educación se hizo accesible a millones y millones de personas en todos los confines del vasto territorio nacional.
"Cuando China e India se fundaron como estados a fines de 1940 tenían estadísticas bastante similares en términos de alfabetización y esperanza de vida. Al final de la era de Mao, el historial de la India no había cambiado mucho, pero el de China había dado un salto impresionante", señala Perry.
"Creo que esos índices crecieron más rápido y en menos tiempo que cualquier otro país en la historia del mundo. Y es importante porque significó que Mao legaba a sus sucesores el capital humano sobre el cual podían basar las reformas económicas posteriores", agrega.
Sin embargo, a medida que Mao tomaba algunas medidas de beneficio popular que marcarían el futuro de China, millones de personas también morían a causa de inanición o con motivo depersecuciones políticas.
En su libro "La Gran Hambruna de Mao" (2010), el historiador Frank Dikötter relata cómo la campaña frenética del Gran Salto Adelante, la iniciativa maoísta de industrializar al país y superar el modelo económico occidental en menos de 15 años, provocó una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia.
Se cree que entre 20 y 45 millones de chinos (las cifras varían entre un historiador y otro) murieron entre 1958 y 1962, víctimas de los trabajos forzados, desplazamientos al campo, la violencia y la falta de comida que provocó la campaña de Mao.
"Fue el mayor fracaso económico en la historia del mundo y causó la mayor hambruna de la que se tiene registro. Simplemente, porque ese modelo se calculó mal dado que siguió un razonamiento bastante infantil de Mao que no tenía ninguna idea de economía, pero tenía el poder de hacer lo que se le antojara", agrega Pantsov.
Pese a sus millones de muertos y el desastre económico que implicó para el país, el Gran Salto Adelante no implicó el fin del poder de Mao.
Al contrario.
Las medidas que tomó a partir de entonces, lo llevaron no solo a afianzar y concentrar cada vez más poder.
Desde 1966 y hasta la muerte de Mao, la nación asiática vivió una de sus páginas más oscuras de represión y censura: la llamada Revolución Cultural, una campaña ideada por el líder chino contra los partidarios del capitalismo con el plan subyacente de intentar eliminar todo rastro de disentimiento, según coinciden los historiadores.
Con el argumento de eliminar desviaciones que pondrían en riesgo el futuro comunista, las delaciones, purgas colectivas, censuras, presiones, miedo social y fusilamientos formaron parte de un nuevo modelo que se regía por el culto a la figura de Mao.
"El líder chino decidió atacar a todos sus potenciales enemigos, pero lo hizo en una forma diferente a otros dictadores: no fue con la policía o con organismos de seguridad, sino de una forma incluso más macabra: movilizó a la gente común, a los campesinos, a los estudiantes, a los trabajadores, para que hicieran su voluntad", indica Perry.
"Estaba convencido del poder y la capacidad especial que tenía para organizarlos, para movilizarlos para sus propios fines. Y utilizó esa estrategia repetidamente para mejorar su propia posición y, básicamente, derrocar a cualquier otro rival", agrega.
Tras su muerte en 1976, el nuevo gobierno chino inició un proceso contra un grupo de altos jerarcas maoístas (la llamada Banda de los Cuatro), incluida la última esposa de Mao, a los que acusaron de ser los verdaderos artífices de las penurias de la Revolución Cultural.
El PCCh presentó a Mao como un "gran héroe", aunque con los años se reconocieron algunos de sus fallos, como resume el dicho que se popularizó: "Acertó en un 70% y erró en un 30%".
Pese a que su figura sigue muy presente en el día a día y su popularidad sigue siendo muy alta -las filas para entrar a su mausoleo nunca fallan-, su importancia en la política del PCCh fue menguando... hasta Xi.
"Con el gobierno de Xi Jinping, al que muchos tildan de ser un nuevo Mao por el poder que ha concentrado, se ha dado un proceso en el que se trata nuevamente de rescatar la figura del gran líder", señala Pantsov.
Y aunque según el biógrafo el poder de Xi todavía no alcanza a todo el que llegó a reunir el fundador de la República Popular, el uso de su figura muestra cómo la maquinaria de propaganda china sigue usando un viejo sentimiento que Mao impulsó: el nacionalismo.
"Debemos tener en cuenta que el PCCh sigue en el poder y, para el partido, Mao es y será el hombre que creó el Estado comunista y unió a China como nación", resalta el académico de la Capital University.
"Aunque promueve el ateísmo, el comunismo es como una religión que necesita dioses y China ya tiene el suyo", considera.