Por Enrique Mario Barrera
Pasaron las fiestas de fin de año y comienzan los trabajos para la veranada. Parecen venir desde el infinito, cientos y cientos de caprinos y ovinos desde el llano hacia los valles de la alta cordillera, su destino agua y pasto de gran calidad.
La situación obliga a detener nuestra marcha, se apaga el motor y uno quisiera ser invisible para no alterar el camino de ese piño y majada que en orden increíble continúa la marcha cuesta arriba. Animales adultos pero la mayoría nuevas crías que retornarán en unos meses crecidas también.
Provienen de zonas bajas con características semiáridas y escasa vegetación, no hay bosques nativos y el alimento no es de buena calidad debido a la sobreexplotación del pasado y eso obliga a emprender su búsqueda. A cada paso que dan nuevos pastos los entretienen pero, seguro que hay algo que les indica que lo mejor está arriba, en la montaña.
De pronto esa marea animal pasa indiferente, nada los detiene, un par de cabritos buscan la sombra del vehículo aunque sea por unos segundos. Son quince minutos asombrosos de espera. A pesar de conocer la vida de campo de los puesteros, pero siempre en la zona baja, con corrales y viviendas. Aquí esos minutos permiten reflexionar sobre parte de su actividad y apreciar lo sacrificado de su oficio, pero a su vez de solo contemplar la presencia de un criancero se nota la estirpe única de quien maneja un oficio a la perfección; grandeza y decisión no les falta, aunque el presente nos haga reflexionar sobre los cambios sociales y económicos que el mundo moderno está llevando a cabo en terrenos que fueron intocables durante siglos y que hoy parecen tener un destino frágil debido a potenciales inversiones que llegan a mover montañas.
A la marcha la cierran dos fieles amigos del hombre, los perros.
Saludos respetuosos de los crianceros son correspondidos por saludos de admiración y bendiciones de quienes fuimos, por unos minutos, testigos directos de la trashumancia de nuestra tierra. Esta vez fueron puesteros del llano malargüino, el camino pasa por el Mollar rumbo a los valles de montaña, pero lo mismo pasa en zonas sanrafaelinas, con las mismas costumbres y tradiciones.
En pocos días más se realizará en Malargüe la Fiesta Nacional del Chivo, miles de ciudadanos y políticos disfrutarán de ese encuentro de música, camaradería y gastronomía y esperemos que muchos se acuerden que a varios kilómetros en la montaña del sur mendocino los crianceros siguen su ancestral noble oficio, tal vez rogando que los efectos de la economía mundial no les altere su vida y que la invernada y la veranada sean eternas por el bien de la trashumancia.